Amistad es
compartir el alma. Dos pibes se juntan en un potrero, en las inferiores de un club
o en el patio de un colegio. Primero patean. Después se imaginan en los botines
de sus ídolos. Y algunos hasta se ven haciendo los goles que va a gritar un
país. Ahí el alma es la pelota. Amistad es compartir la pelota. El amor por la
pelota. Y por los colores de un club. Que el tiempo vaya cocinando esa amistad,
a fuego lento. Tirándole cachetadas como latigazos a esa amistad que siempre
las esquiva. Para hacerse cada vez más imbatible. Para no quebrarse nunca. Para
que la imagen de la amistad sea un morocho consagrado, arrodillado y llorando
ante la camiseta de su amigo ausente, frente a millones de personas que gritan
desaforadas.
…
Es una imagen
típica en una cancha de fútbol. Un jugador llevando de la mano a un nene
durante la entrada del equipo a la cancha. El arquero, un morocho de pelo afro,
con camiseta naranja bien ochentosa, se agacha para alcanzar su mano estirada. Al
pibito la pelota le llega a las rodillas. Mira para todos lados. Probablemente embobado
con la hinchada local. El tipo es Caico González Ganoza: arquero del Alianza
Lima; también de la selección peruana en las décadas del setenta y del ochenta.
Las únicas camisetas que vistió. Llegó a ser considerado el mejor arquero
peruano de su época. Murió junto con todos sus compañeros, cuando el avión que
los transportaba cayó en el Océano Pacífico en 1987. El pibito es su sobrino:
un tal Paolo Guerrero.
Arrancó a los
siete años en las inferiores del Alianza Lima. Así como su tío evitaba los
goles, desde el principio Paolo los hacía. Siempre de delantero. Siempre de
nueve. Goleador. Si el equipo ganaba y el no hacía goles, se iba llorando. Así
se ganó los retos de sus técnicos varias veces. Aprendiendo que se puede ser un
enfermo del gol, pero el equipo siempre está más arriba. Y nadie se puede ir
triste si el equipo gana. Ni siquiera siendo Paolo Guerrero. O El Chupadedos
como le decían por esos años.
Pero un Guerrero
solo no puede ir muy lejos. En 1998 llega a las inferiores de Alianza Lima un
morochito de dentadura generosa y gambeta veloz: Jefferson la foquita Farfán. Juntos
La Foquita y el entonces Chupadedos Guerrero, formarían una tremenda delantera.
Y de las inferiores de Alianza irían a parar, sin escalas, a la selección
sub-17 de Perú.
Dirigidos por
Cesar Chalaca González, ex compañero del Caico González Ganoza, ganan los
Juegos Bolivarianos (una suerte de juegos Olímpicos disputado por los países
liberados por Bolívar). En la final Farfán hace el gol que saca campeón a Perú.
Todos festejan. Guerrero llora. De tristeza. Guerrero le dice a Chalaca que él
tenía que hacer el gol del campeonato, no Farfán. Chalaca le explica entre
puteadas que nada está por encima del Perú, que se deje de joder y vaya a
festejar con sus amigos. El goleador siempre fue Paolo. Pero los goles clave
para Perú estarían en el botín de Farfán.
…
La dictadura
instaurada en 1968 por Velázquez Alvarado en Perú, no tuvo nada que ver con el
resto de los gobiernos militares en América Latina. Un gobierno militar, es
cierto, pero de centro izquierda que promovió: la enseñanza del Quechua como
segunda lengua, la expropiación de los yacimientos petrolíferos de los
capitales privados para devolverlos al pueblo, reformas agrarias, incremento de
derechos laborales y poder económico real para los trabajadores. En este marco
y a tono con el resto del continente la intervención de la oligarquía y los
Estados Unidos no se hizo esperar. En 1975 una ola de saqueos producto de un
paro policial, generó el golpe a manos de Francisco Morales Bermudez. Bermudez
sometió al pueblo peruano a las reformas del FMI, aumentando el desempleo,
incrementando la inflación para destrozar los salarios obreros. Bueno, la
receta que todos ya más o menos conocemos del neoliberalismo. A contramano de
las políticas oficiales aparece un filósofo y funda un colegio: Los Reyes
Rojos. Constantino Carvallo Rey fue uno de los más revolucionarios pedagogos de
la historia peruana. Creía en el pensamiento crítico y en fomentar el
desarrollo individual de los alumnos. Alumnos que asistían sin uniforme a
clases y se empapaban tanto de matemáticas como de pintura, cine y literatura.
¿Qué tiene que ver el bueno de Constantino en todo esto? Fácil: era hincha de
Alianza Lima. Y más adelante dirigente.
Es normal que los
colegios con ideas progresistas estén dirigidos a las clases medias altas. Los
Reyes Rojos no es la excepción. La diferencia está en que Constantino otorgaba
becas a todos los jugadores de las inferiores de Alianza Lima que provinieran
de clases sociales bajas. Así que Jefferson y Paolo también fueron al colegio
juntos. Sin uniforme, sin notas, aprendiendo más sobre arte que sobre biología.
Algo les quedó: el arte lo metieron todo en el pasto. Paolo y Jefferson se
cansaron de hacer goles en las inferiores de Alianza. Goles y magia de parte de
dos cracks son un arma de doble filo para cualquier club tercermundista.
…
La grabación es
vieja. Está pixelada y el sonido ambiente no permite escuchar bien. Un grupo de
jugadores con la camiseta de Alianza Lima hacen una ronda. Uno lleva la posta.
Juntos rezan. El líder es Paolo Guerrero. El equipo está en Alemania para jugar
unos amistosos. Emisarios del Bayern Munich observan el partido. El nueve les
llama la atención.
…
Paolo no llegó a
debutar con la camiseta azul y blanca del Alianza Lima. El club de su mamá Doña
Peta, de su tío El Caico, de su medio hermano El Coyote. El banco de suplentes
fue lo más cerca que estuvo de calzarse la camiseta del Alianza. A mediados de
2002, luego de varias pruebas de resistencia, técnica y disciplina el Bayern se
convenció del potencial de Guerrero. Y a tierras Alemanas se llevó los goles.
Allá lo esperaban Claudio Pizarro, figura del fútbol peruano por aquel
entonces. Y Gerd Muller, histórico goleador Alemán como técnico de inferiores. Pizarro
lo acompañó como un hermano mayor. Muller le enseñó cómo tiene que jugar un
nueve. Y le regaló un chocolate por cada gol.
El que sí debutó
en Alianza Lima fue Farfán. El técnico por aquel entonces era Jaime Duarte,
otro excompañero del Caico González Ganoza. Alcanzó a jugar varios partidos con
su tío Roberto “La Foca” Farfán. Fue indiscutido y fundamental como titular del
club limeño. Hasta que vino el PSV Eindhoven y la potencia de la foquita se fue
para Holanda. Ahí Farfán la rompió. Que lo quería el Chelsea. Que lo quería el
Porstmouth. El destino de Jefferson parecía estar en las Islas Británicas. Pero
no. No iban a estar separados tanto tiempo. A Farfán le tiró su amigo y se fue
a jugar a Alemania. Si, a esas tierras donde la habían roto años atrás, de
pibitos. No les duró mucho la separación a los hermanos Foquita y Depredador. Flor
de apodo le pusieron en Alemania a Guerrero.
Durante los cuatro
años que compartieron en Alemania se cruzaron cuatro veces: ganó uno cada uno y
empataron dos. Dos goles para cada uno. Cuatro a favor y cuatro en contra para
los clubes. No vaya a ser cosa que los muchachos se peleen por unos alemanes.
…
Un tercer puesto
en la copa América 2011. Mismo lugar en la 2014. Guerrero goleador y mejor
jugador peruano. Farfán más preocupado por salir de joda que por jugar. Para
ese entonces Guerrero había traído sus goles para Sudamérica, al Sao Paulo. El
Corinthians lo compró con un solo objetivo. O mejor dicho, Guerrero fue al
Corinthians con un solo objetivo. Ser campeón del mundo. Y así fue: en
diciembre de 2012 con un gol suyo O Timao le ganó al Chelsea la final del
Mundial de Clubes. Mientras, Farfán la rompía en el Schalke.
Con la llegada del
Tigre Gareca a la selección peruana algo cambió. Mucho piberío: Trauco, Yotún,
Cueva, Flores, Gallese. Una idea de juego clara. Pelota al piso, toque y
gambeta. Bien a la ríoplatense. Acá a Farfán se le complicó. Se habían
terminado los tiempos de las figuras para darle paso al equipo. Guerrero era el
emblema del equipo. Arrancaron a los tumbos las eliminatorias pero de a poco se
acomodaron. A falta de pocos partidos Perú tenía claras chances de clasificar a
un Mundial por primera vez en 36 años. Ese de España que había jugado el tío
Caico fue el último. Entonces Paolo hizo un pedido: “Farfán debe estar
convocado. Con seguridad vuelve.”. Y Gareca le hizo caso.
Argentina. La
Boca. 5 de octubre de 2017. Perú está en zona de clasificación directa al
Mundial de Rusia 2018. Se enfrenta a la selección Argentina de Messi. Esa noche
en La Bombonera puede ser recordada como la batalla entre Otamendi y Guerrero.
Codazos, patadas y empujones como en el barrio. En el último minuto Paolo casi
la clava en un ángulo pero Romero la mandó al corner. Quedaba la última fecha
contra Colombia en Lima. Y quedaba Paolo. Un tiro libre suyo, con error del
arquero colombiano, mete a Perú al repechaje. Los últimos minutos son un
toqueteo intrascendente entre los defensores peruanos sabiendo que con el
empate, Colombia clasificaba y Perú quedaba en repechaje contra Nueva Zelanda. Los
dos equipos terminaron festejando como si fuera un campeonato. Para sumarle
leña al fuego, Perú dejó afuera de todo a Chile, su clásico.
La cuestión
parecía fácil. Nueva Zelanda. Un equipo conocido por sus seleccionados de Rugby
pero bastante mediocre en el fútbol, no era un rival al que tenerle miedo.
Pero, siempre hay un pero. Y el pero lo puso la FIFA. Días antes del repechaje
apareció la noticia. Guerrero había dado doping positivo después del partido
con Argentina. Al parecer la droga era cocaína. Paolo recibió una sanción
provisoria de un mes. Perú tenía que viajar a Oceanía sin su figura. Su
emblema. Su bandera. Su Guerrero.
El primer partido
del repechaje no fue cosa fácil para Jefferson. Sólo, sin su referencia, su
faro, su hermano. A Farfán no le hace falta levantar la cabeza. Sabe dónde y cómo
va a estar Guerrero. A dónde y cuándo tirarla para que el nueve la aguante y el
ir a buscar la devolución. En Nueva Zelanda le toco a él, justo a él hacer de
Paolo. Y no fue fácil. Siempre que Farfán levantaba la cabeza estaba solo. Le
faltaba algo más adelante. Una posta más. Le faltaba alguien. El arquero de
Nueva Zelanda fue figura. Perú se volvió con un cero a cero que tenía gusto a
poco, había que definir en Lima.
Gareca entendió
que Farfán no podía ser el último jugador. Que necesitaba alguien más de antes
del arco. Necesitaba a Guerrero. Aunque sea una imitación, no importaba.
Alguien tenía que hacer de Guerrero para que Farfán se pudiera poner al hombro
la clasificación. Aunque, como en toda la eliminatoria, había un equipo detrás.
Trauco y Advíncula dejaron fosas en los laterales de tanto pasar. Yotún
distribuyó como patrón bueno. Flores y Cueva encararon y volvieron locos a
todos los defensores neozelandeses. Y Ruidíaz se disfrazó de Paolo. Solo
faltaba la potencia de Farfán. Iban veintiséis del primer tiempo. Trauco
despeja y se la pone en el pecho a Cueva. El número dos de Nueva Zelanda le
lleva como una cabeza. Cueva la mata y la domina mientras encara. El central
trastabilla pero se le pone de frente. Cueva espera. Mira. Le pasa un pie por
encima a la pelota quebrado la cintura. Está esperando. El defensor cree que lo
tiene dominado. Ahí perdió. Cueva pone un pase con la cara externa del pie al
punto penal. El que entra es Farfán. Solo. Domina levantando la pelota y sin
dejarla caer le rompe arco al arquero imbatible.
El gol siempre lo
hace uno. Pero se grita de a dos, de a cientos, de a miles, de a millones. Un
país entero puede gritar un gol. En un estadio y en una plaza. Explotar en un
grito de libertad que significa más que gol. Cuarenta mil gargantas desgarrándose
al mismo tiempo. Y una camiseta que vuela en el medio de la corrida de Farfán.
Es la 9. Farfán quería mostrarla. Decir acá estás hermano. Otra vez hice el gol
que era tuyo. Pero acá estás. Pero no la muestra. La pone contra el piso y se
arrodilla ante ella. Como rezando. Pero llora. La baña en lágrimas. Los goles
no siempre los hace uno solo. Los goles nunca se gritan solos. Se vienen todos
los fantasmas. Todos los recuerdos. Y se grita con ellos. Aunque el grito sea
ahogado. Ahogado en lágrimas. En una camiseta que tiene el número 9.
Juan Stanisci
Ilustración: Laura Thomson
brillante. brillante la historia, y brillante como lo transmitís.
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