Siempre sostuve que el fútbol es democracia


Siempre sostuve que el fútbol es democracia. En todos sus aspectos el deporte tiende a seducirnos para que actuemos como conjunto social e interactuemos con el objetivo de llegar a un fin común: ganar.

A nosotros, los nacidos en el auge de este hermoso juego, nos conmueve hasta las lágrimas cuando nos hablan de Maradona. No sólo por ser el máximo exponente del fútbol, sino también, porque representa a los pibes de barrio que los padres, provistos de trabajos austeros, nos regalaron la pelota de cuero ni bien empezamos a caminar.


Nunca fue cuestión de género jugar al fútbol en el barrio, recuerdo en mi infancia ir a trabar con alguna piba dejando mis aspiraciones de crack lejos, enterradas, junto al machismo que muchas frases futbolísticas tienen.

No había rival en las canchas aledañas a los que no quise enfrentar, pero siempre fui un patadura. En la tele veía como Ortega hacía pasar muñecos o a Redondo con toda su clase vistiendo la camiseta de algún grande de Europa jugando de una manera superlativa. Siempre soñé con poseer esa elegancia para tratar al esférico, pero yo era el rústico. Ese predicamento hizo que me alejara de las canchas y me dedique a ver partidos y a leer. El fútbol se había convertido en una forma de leer la realidad. Se despertó una nueva pasión, descubrí el funcionamiento; su dinámico y atractivo poder de compartir con los compañeros de equipo. Mucho tiempo después descubrí la maquinaria social en cada equipo y el desafío de ganar gracias a una estructura donde las ideas dentro de la cancha fraguan diversas estrategias: que salir de abajo jugando con la pelota al pie, que darle un puntinazo para arriba y que el 9 pivotee, que jugar con la segunda línea, etc.

Mi enamoramiento fue inmediato, en mi niñez, pero con el pasar de los años aprendí a mezclar mis ideales con el juego. En el futbol encontré varios amigos, varios compañeros, varias personas que lo piensan como yo y otras que no.

Tengo un club del cual soy hincha, tengo mis colores; pero ¿quién no disfruta de ver a un buen jugador que tira un caño, una rabona o alguna magia? No importa la institución, cuando alguien hace algo brillante, todos lo admiramos y lo festejamos aunque nos duela.

El fútbol es el deporte más social de todos. Quizás el menos justo porque la diferencias entre sueldos son alarmantes y la plata que maneja es obscena. Pero a pesar de ser un ser un mercado prolífero y que maneja millonadas, hace días se dio el gusto de sacar a China del negocio cuando ese país quedó afuera de Rusia 2018. En otras palabras se quedaron sin mundial miles de millones de potenciales consumidores. En el otro extremo Siria está a un paso de clasificar a su primer mundial y con sus jugadores exiliados. Y siguen diciendo que es solo un negocio. Pero por si quedan dudas de cómo penetra la política y lo social en el fútbol, hace un par de semanas el técnico yanqui declaró que gracias a las políticas migratorias de Trump, los rivales latinos van a jugar con más hambre de ganar y vencer al país opresor, por lo menos dentro de un estadio.

El fútbol es un juego de convicciones; de alegrías y tristezas; de esperanza y angustia; de riquezas y pobrezas; de jerarquías y compañerismo. Hoy nos quieren vender que es sólo un gran negocio, pero el deporte en sí no lo es y uno se da cuenta cuando se ven los partidos de ligas menores o en los barrios a niños y niñas que disputan el balón como si su labor fuera únicamente ese: tratar de que nadie llegue al arco propio y destruya los ideales del conjunto.

En el deporte se puede ver un interés carente de cobardías y con un fin explícito. El fútbol es un acto político donde todos sus jugadores actúan de manera libre para el bien común del conjunto. Dentro de la cancha siempre viviremos en democracia.



Danilo Zárate Pacheco




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