De pibe lo vi
jugar en Racing, en la selección y en Colón. Después le perdí el rastro como a tantos
otros futbolistas, pero sí me acuerdo del gol con la mano al Rojo y verlo comer
banco en la Copa América con la selección del Coco Basile.
Voy a tratar de
escribir más sobre el jugador que sobre el personaje (aunque creo que lo editan
más por el quilombo y la falopa, que por jugador) más que nada porque la parte
futbolística es la más invisible en el día a día: el esfuerzo, el barrio, la familia,
el laburo, los amigos, etc.
Cuenta El Turco
que su infancia fue bastante dura. Nació en Villa Fiorito, a pocas cuadras de
la casa de los Maradona. Luego de unos años, el padre consiguió un plan de
viviendas, y en el 72 se mudan a Lugano 1 y 2. Ahí se crió y arrancó con el
futbol. Jugó por guita. Cuando salió campeón Argentina en el mundial del 78,
fue a festejar al obelisco. Ya que no tenía abrigos, fue tapado con una
frazada. En medio del quilombo y los festejos, tiró la frazada arriba de un
televisor y se lo llevó para su casa. El souvenir fue un televisor Grundig pesadísimo.
Primer y único choreo.
Medio a los tumbos
terminó la primaria y de repente pintó irse a probar a Huracán en joda con un
amigo. Quedaron. El viejo lo dejaba en el entrenamiento y se quedaba
vigilándolo para que no se escape.
De entrada, El Turco
anduvo muy bien y eso le costó ser convocado a las selecciones sub17 y sub20. A
Huracán no tanto, el globo descendió el mismo año que El Turco debutó en
primera. A pesar del descenso, García quedó en el equipo y firmó su primer
contrato, y con este le pudo dar la primera casa a la familia.
En el 86 fue a
Velez y se mudó para Devoto, a unas cuadras de la casa del Diego. Ahí jugó con El
Cholo Simenone y El Indio Vázquez, entre otros. Metió algunos goles, no era un
gran goleador, pero cada tanto te embocaba. Los hinchas del fortín no le tienen
gran aprecio.
Después del paso
por el equipo de Liniers, lo llamaron del Lyon de Francia, que estaba en la B. En
Europa conoció y aprendió a ser un jugador profesional. Ascendió y el
presidente del club le obsequió la llave de un auto y un voucher para un
restaurant parisino, ya que no había pedido nada como premio por ascender. Luego
de pasar 3 años en Francia, lo llamaron de Racing y compraron su pase.
De su paso por
Racing, tiene millones de anécdotas y vivencias: la foto con los cortos abajo,
apuntando a la hinchada del rojo; el gol con la mano, en un partido rarísimo,
suspendido 15 minutos por los fuertes vientos; la final de la Supercopa perdida
con baile. En fin, en Racing encontró su lugar y su mejor versión y esto le
valió las convocatorias a la selección mayor conducida por el Coco Basile.
Está claro que el
futbol en los noventas era otra historia, todo mucho más rústico y los
jugadores también. Se fumaba en el vestuario, se salía, se entrenaban tres días
por semana si suerte acompañaba. En el medio de todo eso, se gana la Copa América,
con grandes actuaciones de Batistuta y Goycochea. El Turco comió banco, delante
de él estaban Gabriel Omar y Caniggia. La tenía muy difícil, él mismo declaró
que para jugar tenían que caerse los vuelos de los dos ya que ellos estaban en
un momento superlativo de sus carreras.
Luego de la Copa
América, abrió un bar en Avenida Del Libertador al fondo, Vicente López. Lo
llamó CG. Cuenta que el cocinero ganaba más que el barman, hasta que el segundo
lo encaró y le dijo “este gana más que yo y no hace nada, si acá no come nadie.
Están todos re duros y el único que labura soy yo”. Le tuvo que aumentar el
sueldo.
Racing pasó por un
mal momento y eso se comió varios técnicos. Hasta lo dirigió el Diego con
French, sólo11 partidos. Más adelante, De Stéfano, quien había traído a Claudio
García desde Francia, perdió las elecciones con Daniel Lalín. El nuevo
presidente no quería al turquito así que arreglaron la guita y lo echaron sin
pena ni gloria. Sin partido despedida.
Cuando estaban por
cerrar el libro de pases, Claudio se encontró con el presidente de Colón de
Santa Fe, habló con el técnico y lo contrataron. Jugó una temporada, vivió la
famosa pelea entre Maradona y Toresani en La Bombonera. Hizo algunos goles para
El Sabalero y no mucho más. Luego de esa temporada, volvería al club que lo
forjó.
Volvió a Huracán,
a la casa de mamá y papá, al barrio, a la esquina, a la milonga. Así y todo,
jugó unas temporadas más. El club estaba en caída libre hacia la B. El club estaba
jodido, sin fondos, entonces vendió a los pibes: Antonio Barijho, Rolfi
Montenegro, etc. Y así fue salvando cuentas.
El amor con la
casa de papá y mamá se fue perdiendo. La carrera ya daba sus últimos pasos,
pasando por algunos clubes de la B: All Boys, CAI de Mendoza. Volvió al barrio
y ahí comenzó la debacle definitiva.
En el barrio,
arranca la gira interminable de Falopa del Turco García. Vuelvo sobre lo mismo
me quedo con el jugador, ese que vi cuando era pibe, más rústico que las
piedras, pero que hacía un bailecito cuando metía los goles. El personaje
frulero está en el libro.
El libro está bien,
El Turco le pone huevo a su vida, a su historia. Como lo hizo con el futbol,
cada pelota dividida. Es así, El Turco te la pelea, te lleva hasta el córner y
saca un centro con la pierna izquierda, la de palo, y entra el paraguayo Torres
y te emboca.
Léelo si sos de
Racing o del rojo. El libro está muy bien escrito, el primer capítulo empieza
como una novela, y se lee tranquilo como una revista Goles, con un toque de amarillismo
para vender. Con la etapa de la falopa, no le crees ni la mitad, como a todo
merquero, pero como es El Turco, le dejás pasar varias anécdotas.
Hacia el final del
libro hay un Turco renacido. Un sol sin drogas que labura con los pibes.
Trabaja reclutando chicos para las inferiores de Racing. Cuenta que su anhelo
es dirigir a la Academia y se suma a la fila a de ex jugadores que quieren ponerse
el buzo de DT.
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