Salir campeón es un detalle


La política y el fútbol van de la mano. Hay una historia de principios de los ochenta en San Pablo, Brasil, que lo puede demostrar. Cómo un club entero luchó por la democracia, en épocas de censura y dictadura sangrienta.

Los jugadores estaban cansados. Treinta horas de vuelo con cuatro escalas fue el trayecto desde tierras paulistas para disputar una gira por Japón. Corría el año 1982. Una persona del plantel estaba triste. Extrañaba su tierra. Recién se había enamorado. Cuando no soportó más la distancia, Walter, como era su nombre de pila, pegó el grito: “Me quiero ir, votemos si nos quedamos o no”. Los demás lo miraron raro, o no tanto. En definitiva, todas las decisiones, desde las formas de entrenar hasta si podían o no fumar en la concentración, las tomaban en conjunto.

-De acuerdo, respondió el Capitán. Votemos porque Casagrande está enamorado.

- Nos tenemos que quedar, dijeron desde el fondo. Todos extrañamos a nuestras familias y a nuestra tierra, pero nos tenemos que quedar.

Como siempre, ganó el espíritu democrático. Argumentos por aquí y para allá. Discursos a favor y en contra. Finalmente, Casagrande perdió la posición y tuvo que dejar su amor para más adelante. Si logró sostenerlo o no nadie lo sabe, pero lo que quedaba claro era la forma en que el “Timao” tomaba las decisiones y escribía una historia fundamental del fútbol y la política brasilera: La “Democracia Corinthiana”.



Los “anos de chumbo” (años de plomo) fueron una de las páginas más trágicas de la historia brasilera. El golpe del 31 de marzo de 1964, por parte del general Humberto de Alencar Castelo Branco dio inicio a una dictadura militar de 21 años que llevaría adelante modelos represivos y de anulación de la democracia. Con el apoyo incondicional de las grandes cadenas de comunicación y de las clases más poderosas de Brasil, el gobierno de facto anuló el Congreso, proscribió al conjunto de los partidos políticos e impidió cualquier tipo de votación. A su vez, llevó adelante un plan sistemático de torturas y encarcelamiento ilegal principalmente de militantes combativos y de izquierda. Según cifras oficiales de la Secretaría de Derechos Humanos, hubo 475 asesinatos o desapariciones de activistas en aquella época. A su vez, el mismo ente indica que entre 1961 y 1988 hubo 1200 campesinos asesinados en tierras brasileras.

A fines de marzo de 2014, en el aniversario número 50 del Golpe de Estado, desde ciertos sectores militantes e intelectuales se intentaba  dar el debate cerca de cuán profundo era el conocimiento de los crímenes realizados por la dictadura. En las calles había movilizaciones contra las políticas de ajuste y aumento tarifario de la presidenta Dilma Rousseff. Los medios de comunicación, algunos incluso opositores al gobierno de turno, solamente se preocupaban por mostrar los remodelados estadios que albergarían en unos pocos meses la Copa del Mundo.

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La imagen del fuego avivado se entremezclaba con el crujido de las hojas. La llama crecía en la entrada de la chimenea. Raimundo hacía lo inevitable, cabizbajo. Se iban a la hoguera páginas y páginas de formación política y filosófica marxista. No quedaba otra. Corría la segunda parte de la década del 60 y en Brasil nada convenía mostrar. Era preferible que el papel se vaya. Total, las ideas eran imborrables. Su hijo lo miraba desde atrás. Tenía 9 años. Tiempo después juraría que esa imagen lo cambió para siempre. Que durante toda su vida el aprendizaje y lo qué le pasa o deja de pasarle a la gente no podía ser algo dejado de lado. El niño tenía nombre de filósofo: Sócrates.


1981 fue un año muy malo para el Corinthians, que tuvo una pésima campaña, sin poder pasar la segunda ronda en el campeonato “Brasileirao” y sin protagonismo en el torneo paulista. Es así como, en abril de 1982, Vicente Matheus le dejó su lugar de mandamás de la institución a Waldemar Pires, empresario de finanzas. Éste último decide delegar la actividad futbolística, y el encargado de esa función pasó a ser Adilson Monteiro Álves.

Adilson era un sociólogo militante con ideas revolucionarias, contrarias a la política dictatorial. “Éramos ingenuos y románticos –rememoró hace no mucho tiempo-. Enfrentábamos las balas con nuestros pechos desnudos”. Monteiro recordaba de esta forma la lucha que día a día daban militantes en las calles contra la dictadura brasileña.

Decían quienes lo conocían, que Adilson no sabía mucho de fútbol y no tenía experiencia en el manejo de un club deportivo. “¿Cómo vamos a hacer? No sé. Se lo que no debemos hacer”, repetía en esos años. Trajo a modo de propuesta un nuevo modelo para llevar adelante al club: la autogestión vía democracia directa. Esto quiere decir que todas y cada una de las decisiones eran tomadas democráticamente con el voto de los integrantes del plantel. E “integrantes” no quería solamente decir jugadores. Votaban los masajistas, los asistentes, los doctores, los entrenadores.


Cuando Adilson llevó esta propuesta al plantel, el primero que agarró la palabra fue un alto barbudo, médico de profesión de piernas muy delgadas: Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, también conocido como Sócrates. “Esto es lo que hace falta acá-expresó-. Hacer más cosas juntos”. Enseguida se sumaron dos compinches. Por un lado, Wladimir Rodrigues Dos Santos, con pasado obrero y de militancia sindical en la región industrial de San pablo; y Walter Casagrande, joven de 19 años, delantero también conocido por ser del palo del rock y llegar a estar detenido por portación de marihuana. La conversación duró horas, nadie la quería frenar.


Así, nació un modelo novedoso de administración de un club, en donde sus integrantes votaban las horas de entrenamiento, dónde concentrar, cómo iba a formar el equipo. Tan democrático era que hasta llegaron para ver si el micro paraba o no en la ruta para que algunos pudieran ir al baño.

 “Hasta ese momento éramos esclavos”, admitió, años después, Wladimir, mientras que Adilson siempre recuerda aquellos años de una manera más contundente. “Esa experiencia fue la voz del deporte brasilero, la voz del fútbol”.


“Nos decían barbudos comunistas”. La frase podría ser ubicada casi en cualquier parte de los 21 años de dictadura en Brasil, pero los receptores del mensaje eran nada más y nada menos que los jugadores del Corinthians. En efecto, la dictadura estaba ante un problema. “Había censura en todos los medios de comunicación. ¿Pero quién podía censurar el fútbol?”, pensaban desde el plantel.

Así, la experiencia de los jugadores y su modelo democrático de gestión, servía para confrontar posiciones: si arriba no podemos votar, vamos a votar nosotros. “Queríamos contribuir a la concientización política del pueblo brasilero”, expresaba Wladimir. Era una lucha directa contra la dictadura. Por eso, también utilizaron su marca como una tribuna de mensajes políticos que colocaban a través de consignas en su camiseta. “El día 15 vote”, en alusión a las elecciones a Gobernador del 15 de noviembre de 1982, fue, por ejemplo, una de las iniciativas en ese sentido.


No obstante, el logo propio que da el nombre a este equipo, diseñado por el publicista Washington Olivetto, es el que solían usar en la espalda los jugadores y decía: “Democracia Corinthiana”, con una iconografía provocadora similar a la de una importante empresa multinacional de gaseosas con manchas de sangre pintadas, en alusión a la brutal represión de la dictadura.

Así quedaba inmortalizado un nombre que quedará en la historia del fútbol y una manera de hacer política, de evadir la censura. “Se puede-afirma Eric Cantoná, ex jugador de la selección francesa y conductor del programa fútbol subverso- usar el fútbol para educar a las personas, compartiendo ideas progresistas mientras se persigue la pelota, promover la democracia mientras se hacen goles. Un buen manifiesto político”. A su vez, 20 años después de la experiencia, Olivetto va a dejar bien en claro el objetivo de esta iniciativa y de su vida en general: “Mi obsesión es convertir la publicidad en cultura popular”


La efectividad del modelo de autogestión, que todos los medios de comunicación criticaban, era casi incuestionable. El equipo de Sócrates y compañía llegó a la semifinal del campeonato brasilero y se consagró campeón del torneo Paulista en 1982 y 1983. Su futbol era formidable, juego parejo de toque, con un Sócrates lujoso, de pases cortos y pensante. Con una casi imbatible llegada al área, el astro brasileño festejaba todos y cada uno de sus goles con el puño en alto, mirando algún lugar de la tribuna.

Sócrates, a su vez, casi que inventó una jugada característica: solía dar muchas veces un pase de taco. Algunos se preguntaban si era exceso de lujo, pero él un día tuvo que responder. “Yo mido un metro con noventa centímetros, y calzo 40. Si me tengo que dar vuelta para dar un pase, me caigo”.


Pero los resultados eran lo de menos, y ellos lo sabían. Entendían que lo importante estaba en otro lado. Por eso, en la final del campeonato paulista de 1983, sacaron una bandera que decía “Ganar o perder, pero siempre en democracia”. De allí surgió una frase luego tomada para la experiencia cinematográfica de esta historia: “Salir campeón es un detalle”.


Las movilizaciones en las calles aumentaban. El flamante Partido de los Trabajadores, con Ignacio Lula Da Silva a la cabeza, llenó el estadio Pacaembú pidiendo el regreso de la democracia. En la misma cancha en la que Sócrates y sus aliados daban cátedra más de política que de futbol. En el Congreso fue presentada la enmienda Dante Olivera, cuya aprobación significaba que Brasil volvía a tener elecciones. Dos millones se movilizaron a la Plaza Central de San Pablo. Sócrates fue uno de los oradores en el escenario que miraba a una marcha de masas. “Si se aprueba la enmienda no me iré del país”, prometió, con una oferta de la Fiorentina de Italia. Pero la enmienda fue rechazada.


Finalmente, Sócrates se fue del país. El fútbol brasilero comenzaba a “cartelizarse”, es decir, a centralizarse en los clubes más importantes para hacer arreglos comerciales. Con este objetivo, en esos años los 13 clubes más importantes formarían el “Clube dos 13”.

Corinthians, lógicamente, continuó siendo un equipo pero ya nada fue igual. Quedaba solamente esa experiencia de gestión ´política formidable. La democracia volvería en 1985 a Brasil. El escritor Eduardo Galeano, fanático del fútbol, lo expresó casi como ninguno: “La experiencia de la ´Democracia Corinthiana´ fue breve, pero valió la pena”.



Es 4 de diciembre de 2011 por la tarde. A las 4:30 de la madrugada pasó algo terrible. El estadio Pacaembú está lleno. Los 22 jugadores y los árbitros forman un círculo en el centro de la cancha. Todo el estadio está con el brazo en alto y el puño cerrado. El “Dr. Sócrates” murió de una hemorragia digestiva. Los hinchas del Corinthians están a noventa minutos de ganar el torneo brasilero, a seis meses de consagrarse campeones de América y a un año aproximadamente de traer a su casa el Mundial de Clubes. Pero ahora callan. Dirán, luego, que fue un día triste y feliz. Una vez más, salir campeón era un detalle.
Santiago Núñez

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