-“Señoras
y señores, tenemos penales”
Lo decidí volviendo del
baño. ¿A quién le iba a mentir? Si los noventa minutos habían sido un
sufrimiento. Cada vez que los naranjas esos pasaban la mitad de la cancha, yo
estaba al borde del infarto. Así que llegue a la mesa, agarre la campera y les
dije que me iba a la vuelta, a esperar en la calle.
La avenida Corrientes,
entre Callao y el obelisco no para nunca. Menos un jueves a las seis de la
tarde, no importa que fuera un 9 de julio. En verano es porque hay turistas; en
invierno es porque hay turistas; en la semana por las oficinas; sábados y
domingos por las pizzerías o los teatros; los feriados otra vez los turistas o
algún perdido que va al cine ¡Si hasta de madrugada te cruzás algún lumpen sin
rumbo! Al abrir la puerta de la pizzería el frío me pegó un chicotazo y el
silencio me envolvió. En la calle no había nadie. Ni colectivos, ni
oficinistas, ni turistas. Nadie. Estado de sitio. Todos guardados. Salí del bar
y me fui a sentar en un edificio a la vuelta, por Rodríguez Peña. “¿Qué carajo
voy a hacer media hora acá sentado?” pensé ni bien me senté. Así que me paré y
agarré por Corrientes para el lado del obelisco.
No había hecho una
cuadra cuando escucho un grito. Más que un grito un rugido. Cuando el rival erra
un penal la vocal es abierta primero (algo parecido a una A) y cerrada después
(algo parecido a una O), lo que da como resultado un “vamos” gangoso que no se sostiene en el tiempo. Un
“vamos” corto y seco, como un cachetazo o un shot de ginebra. Lo cierto es que
Holanda había errado un penal.
Seguí por Corrientes, y
al pasar por un quisco de diarios escuché en la radio que Messi se preparaba
para patear el primer penal de argentina. Me tenté, pero no frené. Y fue gol.
Ahora si fue un grito de gol. Cuando nuestro equipo mete un penal el grito es
simple: una G imperceptible y una O tan larga como avanzada esté la tanda de
penales. En este caso fue el primero. Pero bastó para despejar un poco ese
desierto sin ruidos que era la avenida. Gol de Argentina.
Al llegar a Paraná miré
de reojo un televisor, se preparaba un holandés. Silencio. Seguí caminando. Más
silencio. Gol de Holanda.
Otra vez de refilón veo
Garay parado frente a la pelota. “Cagamos” pensé. Este burro la cuelga. Pero no
a veces los burros se equivocan. La avenida explotó en un gol cargado de furia.
Ya era cábala, había que seguir caminando. Argentina 2 Holanda 1.
El obelisco estaba cada
vez más grande. La frontera estaba ahí, en esa sombra blanca que me acompañaba
desde que salí de la pizzería. Y no podía llegar antes de que termine. Empecé a
caminar más lento. No sé qué hubiera pasado si la serie se estiraba. En otra
radio de otro quiosco alcancé a pescar que se preparaba Sneijder. “Este no erra
ni a gancho”. Pero si Garay la metió, Sneijder podía errar. Y otra vez el
rugido. Esta vez más largo, como respetando esa ley que habla de los gritos y
los penales cada vez más decisivos. La avenida desierta se encendía y se
apagaba. Como si la pelota al frenarse callara todas las gargantas y solo el silencio
acompañara la eterna caminata del pateador hasta el punto penal.
Al toque nomás vino el
tercero. Otro grito, más largo todavía. Como si se estuvieran descargando todos
los nervios de todos los músculos siempre tensos y al borde del colapso de la ciudad.
Ahí si Corrientes casi tiembla entera. Pero no, faltaba un cachito nomás.
Argentina había embocado de nuevo.
Y ese cachito se hizo esperar.
El silencio nos acompaño a Maxi Rodríguez y a mí durante la última caminata. La
9 de julio también estaba desierta. En la plazoleta que está frente al obelisco
había unos móviles de televisión, dos o tres tipos los rodeaban. El silencio se
hizo cada vez más profundo. Empecé a cruzar lo que fue la avenida más larga del
mundo con el semáforo en verde. Estoy por pisar la plazoleta cuando de uno de
los móviles sale corriendo un flaco. Sale como despedido por esa explosión que
reventó desde todas las ventanas de todos los bares y edificios. Salió
corriendo al grito de “¡estamos en la final loco!”. Lloraba. Nos abrazamos. Yo
también lloraba. Se sumaron otros más y empezamos a saltar y a cantar.
Argentina había ganado los penales.
De a poco como un
hormiguero removido por una rama, Corrientes se empezó a llenar. Primero las
veredas. Después la calle. Todos para el Obelisco. Una marea interminable de
gente que venía y venía. El resto ya se sabe. Ese abrazo no me lo saca nadie.
Juan Stanisci
el futbol tiene el abrazo mas conmovedor que haya. que sea con un desconocido. es mágico
ResponderEliminarel futbol tiene el abrazo mas conmovedor que haya. que sea con un desconocido. es mágico
ResponderEliminarYo llore leyendo esto, imaginandome toda la secuencia. <3 jaja
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