Pronóstico reservado

En estos días previos al partido entre la selección Argentina y su par de Perú, escuchamos y leímos a todos los mamotretos que hablan sobre fútbol, comentar millón y medio de posibilidades en las que se puede desarrollar el juego. En Lástima a nadie, maestro no nos quisimos quedar afuera del auge de los pronósticos para “el partido más trascendental de los últimos treinta años”, como leí que un mentiroso subió por ahí. No lo mando al frente porque realmente no me acuerdo, al tipo se le olvidaron las tres finales que disputamos en los años anteriores.

Danilo Zárate Pacheco

Bueno, realmente me resulta asombroso todo lo que se estuvo hablando con respecto a este partido ¿Hace cuánto que no le gana Perú a Argentina acá? Según estuve leyendo, desde el ’57. Pero tampoco eso tiene mucho que ver a la hora de entrar a la cancha, a nadie le interesa el historial cuando van a trabar en la mitad o cuando le querés hacer cinco goles y pintarles la cara.

Lo cambiaron de estadio para que se sienta más el aguante de la hinchada, dijeron. Claramente si le ponés una barra, vas a tener bombos y platillos alentando desde las tribunas. Ojo que no pase media hora y Argentina no llegue al área porque Messi nunca jugó con la barra presionando, eh. Y eso es decir algo, pero yo me imagino que con la tensión que tienen esos muchachos, le ponés a cien gordos gritándote que pongas un poco más de huevo... No sé.

Lo que espero del partido es que Argentina ataque desesperadamente, que le haga un gol ni bien empiece y que después baile. Pero no creo que el real se haga eco de mi ideal. Imagino un partido áspero, en que la primera de cambio Yotún sacude a Messi a treinta metros del arco y ve la amarilla pasando los diez minutos del primer tiempo. Veo a un Perú cauteloso, esperando con siete u ocho jugadores, para salir de contra ni bien pueda, con un pelotazo a Guerrero y a arreglársela. Comprendo que Argentina necesita establecer prioridades a la hora del armado del equipo, sobre todo en el retroceso y en aguantar la contra cada vez que sea necesario.

Éste va a ser un partido fundamental, no sólo en su resultado, sino también va a demostrar de qué vamos a jugar a la hora que pite un árbitro en el mundial y del otro lado tengamos una potencia que nos puede hacer cinco si atacamos y defendemos desprolijamente. Hay que tener cautela y jugar partido a partido, claro. Pero si mañana no demostramos qué hacemos jugando al fútbol, en todos lados nos usan de sparring.

 Juan Stanisci

Perú va a salir con dos líneas de cuatro bien marcadas. No importa que los grandes medios digan que son tres al medio y tres arriba. Son dos líneas de cuatro que van a tener que presionar si no quieren comerse tres goles en los primeros treinta minutos. Porque Argentina viene caliente y River ya demostró que a los equipos que erran muchos goles en un partido, al siguiente hay que tenerles, no te digo miedo, pero si respeto. Y Argentina con Venezuela erró bastante. Entonces tienen que cuidarse. No te digo cruzar un micro ni estacarse en el área, pero tener ciertos cuidados.

Y pegar. Salir a raspar como en un clásico de barrio. Saber que a los pibes Argentinos no les pegan en sus ligas. Ojo, acá no digo que le partan una gamba a Messi, no, todo lo contrario. Raspar, marcar apretado, que el tipo que recibe de espalda sienta el aliento en la nuca y los talones pisados (esto no es una metáfora). Y saber que si en los primeros 45 la cancha les va a jugar en contra, aguantando el cero hasta el segundo tiempo puede darles una mano.

Y ahí quiero ver a Argentina. Yo quiero que Argentina gane bancando la parada. Raspando también. Que batallen. Que se acuerden de cuando eran pibes y jugaban por plata en el barrio. O por lo que sea. Que se olviden del daño que les causó jugar en el fútbol pulcro europeo (este es un tema para otra nota). Que sepan que cuando hay que jugar, se juega, pero cuando hay que meter se mete. Si es por mí afuera, Paredes y Banega. Adentro Pablo y Enzo Pérez; que no se les cae nada si hay que pegar una patada o dos o tres. Como verán no soy un gran adepto a Sampaoli. Está todo bien con el juego lindo y ofensivo, pero hay partidos y partidos.

Este equipo está al borde de aprender una palabra clave para ganar una copa: épica. Épica: del adjetivo: ἐπικός, epikós; de ἔπος, épos, "palabra, historia, poema")^[1]​ es un género narrativo en el que se presentan hechos legendarios o ficticios relativos a las hazañas de uno o más héroes y a las luchas reales o imaginarias en las que han participado.

Si se gana este partido 4 a 0 no sirve de nada. Porque nos vamos a olvidar de todos los problemas que tiene esta selección (aunque la mayoría no sean de los jugadores y este es otro tema para otra nota). En cambio, si se gana 2 a 1 o 1 a 0, con lo justo ahí van a haber ganado algo. Épica. Heroísmo. La belleza de dos tipos yendo a trabar como si fueran Kim Jong-Un y Donald Trump. O como si fueran sus bombas. Acá no hay Guadiolas ni Klops que valgan. Estamos en Sudamérica. Más precisamente en la República de La Boca. Y como dijo el Toto Lorenzo, que de estos temas algo sabe: “A todos nos gustan los fideos con tuco, pero si no hay salsa, hay que comerlos con ajo o solos, y listo.”

Alejandro Horacio Oviedo

Un extendido morbo hace que el hincha argentino siempre esté a punto de esperar lo peor: “Mirá si nos quedamos afuera”, “Y si ellos meten un gol en los primeros diez minutos”, “Y si nos hacen cinco como los colombianos aquella vez”. Pero nadie espera eso, en el fondo. Se espera que la Selección Argentina clasifique, “como tiene que ser”.

Se desea que el equipo gane y nada más. O sí, a lo mejor hay algunas cosas más en la lista de deseos. Que juegue bien, puede ser. Pero sobre todo que entusiasme, que nos deje algo más después de los 90 minutos. Se espera gritar un gol, pero bien, con ganas. No puede ser que la selección no clasifique a un mundial de fútbol, pero sobre todo no puede ser que nos deje indiferentes, que la única alegría termine siendo siempre el resultado.

Ganamos, perdimos… igual nos aburrimos. No queremos más esa certeza. Nos cansamos de comer mierda, y nos cansamos de no tener goles para gritar, jugadas para comentar, patadas que nos hagan agarrar la cabeza. Se dice, así  un poco a la marchanta, en los estudios de televisión y declamando a los gritos en los micrófonos,  que al equipo argentino no se le cae una idea, que si se escurren las camisetas después de cada partido no se caen las gotas de sudor que todos mereceríamos. Yo no hablo ya de gotas, digo que necesitamos ver correr un hilito de fútbol, como si se tratase de agua en el desierto.

Creo que andamos un poco como unos mal educados emocionales, que no sabemos pedir lo que queremos. Nos miramos cara a cara en la platea y siempre vemos lo mismo en la cara del otro: la necesidad imperiosa del resultado, la posibilidad inminente del temido repechaje, la tentación inevitable de la clasificación fácil. Tenemos el plantel millonario, los mejores contratos por publicidad, el streaming sobrecargado en cada partido. Pero no nos atrevemos a la humildad futbolera a la que nos exhortaba Galeano, el oriental, cuando mendigaba “un jugadita, por favor”.