El clásico, los hinchas y los dueños de la pelota


Desde hace mucho tiempo los equipos cordobeses demostraron -con su gente sobretodo- que Belgrano vs Talleres juegan uno de los clásicos más grandes del país.
Sin embargo, hasta el campeonato pasado, hacía quince años que no se enfrentaban en primera división.

Desde el torneo de la Primera B nacional, en el 2009, que no se jugaba en la cancha de uno de los dos equipos. Siempre fueron en el Kempes. En aquella oportunidad fue en Barrio Jardín, un 0 a 0 pálido.
Y desde 1979 que no se juega por los puntos en el querido y populoso barrio Alberdi. ¿Por un campeonato de Primera División? Desde 1975.
Casi que mirar hacia atrás y buscar estos números fríos no tiene sentido, por estos días la alegría y ansiedad se percibe en las calles cordobesas; y sin pensarlo, en esas sensaciones se explican por sí solas aquellas matemáticas del pasado. Piratas y Matadores saben que lo que se vivirá el próximo domingo no lo viven hace muchos años: el clásico se reedita, luego de 38 años, en el Gigante de Alberdi.
Pero debemos recordar también los dos últimos clásicos jugados este año en el Estadio Kempes, los más cercanos. Y no lo hacemos por sus resultados –ambos empatados- sino por todo lo que marcaron a su alrededor.
El último, jugando Talleres como local, en la semana previa, envolvió a “Bebelo” Reynoso, el diez, estrella y promesa de la T, en un caso policial: enfrentamientos y tiroteos en un barrio periférico de la ciudad, en la que vecinos señalaban a Emanuel Reynoso como conductor del vehículo desde donde varias personas realizaron disparos. La consecuencia: imputaciones, allanamientos y etcéteras que culminaron en que el pibe no juegue quizás unos de los partidos que más esperó en su vida.
El anterior, y más resonante a nivel nacional, jugando Belgrano con su gente, se tiñó totalmente de negro cuando en el entretiempo del partido ocurrió la trágica muerte de Emanuel Balbo, arrojado desde una de las bandejas de una las tribunas hacia una de las bocas de acceso, escapando de una pelea, señalado y golpeado por muchos como un infiltrado hincha de Talleres. El caso llenó las pantallas de información, opinólogos de momento, futboleros panelistas, chimenteros y cazadores de primicias.
Que la pelea venía de antes, que se conocían del barrio, que ya habían tenido sus problemas y hasta que ya había otra causa judicial. Eso no importa, o mejor dicho, escapa a este pequeño análisis.
Lo que dolió fue que ocurrió dentro de la cancha, en la tribuna y despertando en las personas que participaron, ese lado oscuro del fanatismo que uno intenta desterrar y que tanto mal nos hace. Por supuesto que aquellas personas deben ser juzgadas por lo que hicieron,  pero también nos hace pensar al resto, los que amamos este deporte, los que los vivimos todos los días y acomodamos nuestra vida de acuerdo a cuando se juega tal o cual partido o en esta o aquella cancha, que el futbol nos atraviesa en muchos aspectos.
Dijeron y dirán los medios masivos que aquellos partidos se nutrieron de cuestiones extrafutbolísticas. Pero más bien, lo fueron con cuestiones que escaparon a los 90 minutos transcurridos dentro de ese espacio verde donde corre la pelota, porque la realidad nos vuelve a enseñar que todo eso también es futbolístico; inclusive sus desgracias.
Y aquí me pongo en la vereda de aquellos que piensan que esta pasión no le escapa a nada de lo que nos pasa socialmente, el futbol nos recorre por el cuerpo y, aquellos sucesos en los clásicos, nos demuestra que esta en las calles, que funciona como caja de resonancia de lo que nos sucede diariamente y que nos atraviesa, incluidas las cosas hermosas que esta pasión nos brinda como así también sus defectos y bajezas.
Igualmente también soy de los que no culpan al futbol por ello. Ni de los que dicen “es un reflejo de la sociedad”, como si ello explicara todo y no hubiera más que resignarse a aceptarlo tal cual se muestra, viendo al futbol como una mercancía que debemos aceptar como viene de fábrica.
No señores, al futbol, como a la sociedad, lo construimos entre todos, o al menos los que lo amamos y consumimos cada día [consumir: palabra fea para hablar del futbol]. Hacernos cargo de sus  defectos también tiene que ver con mejorarlo, desde donde nos toque hacerlo. Llenarlo de ideales, conquistarlo, hacerlo lo más inclusivo posible y cada día más justo; dentro y fuera de la cancha.
Y es en ese sentido como debemos tomar el regreso del clásico a Alberdi, como una gran conquista de los que luchamos por hacer más justa esta pasión. Ante todas las dudas que se generaron de jugarlo en el barrio, las miradas opuestas sobre la seguridad, la posibilidad de contener a la gente ante gran espectáculo, la superpoblación de las calles desde que el equipo volvió a su hogar y por sobre todo lo que sucedió en aquel último clásico; sopesó la intención de los socios e hinchas, también de los jugadores y cuerpo técnico, de que era necesario jugar en Alberdi. Jugamos en nuestra cancha porque es nuestro hogar, porque cuando decidimos regresar fue para hacerlo para siempre y porque si le preguntas a un hincha de Talleres, seguramente también querría jugarlo allí, ganarlo y eternizar un sin fin de burlas. Es una decisión que rodea a todo el mundo del futbol, a ambas instituciones, y todas se inclinan en su mayoría por revivir este partido en el Gigante.
Si al clásico lo viene haciendo grande su gente desde hace años, el regreso al barrio es otra razón para ubicarlo entre los más importantes del país por otra conquista de sus hinchas, y es responsabilidad de todos que se haga costumbre, demostrando que de algún modo son los dueños de la pelota.

Pablo Juárez

Comentarios