Todos
sabemos qué pasó el 13 de julio de 2014, cada uno de nosotros sabe dónde vió
esa final y con quiénes estaba. Yo meses atrás había sacado el pasaje y sabía
que ese partido lo vería en Ecuador, junto a mi ahora ex mujer y dos amigos.
Sabíamos que recorreríamos el país y yo, que ese partido estaría lejos de mi
gente y de las pasiones que tanto amo.
Estábamos
en Salinas, comenzando La Costa Del Sol, cuando nos agarró el inicio. Nos
sentamos en un bar, cerca de la playa que tenía un televisor de 50” o algo así
y la mesa estaba pegada a la pantalla. Lo veíamos a un metro de distancia.
Tengo que destacar que mis acompañantes no son tan futboleros o, mejor dicho,
no viven la pasión del fútbol como yo.
El
bar, como era de esperarse, estaba lleno de ecuatorianos alcoholizados y
algunos con camisetas de Alemania, cantando en contra. Yo destilaba argentino
por todos lados: la forma de sentarme, mi manera de hablar, las puteadas, todo.
Ahí estábamos.
Pasé
uno de los peores partidos de mi vida, encima terminamos perdiendo. Para mí no
sólo fue eso, no sólo perdí. No estaba en mi tierra, con mi gente. No podía
encontrar el abrazo de algún amigo futbolero que se hermane conmigo y me consuele,
no importa el cuadro o los colores, sólo el haber perdido la final con la
selección.
Al
salir a la vereda y mirar para los costados, me abracé con mis amigos y mi
mujer. Estaba enojado y decepcionado. Una tristeza enorme me invadió y
necesitaba largarlo para que eso no se apodere de mí. Lloré con la derrota en
todo mi ser y la extraña sensación de sentirme ajeno. En ese instante mi mujer
me miró y enojada dijo “Sos un hijo de puta. Ni siquiera en nuestro casamiento
lloraste de esta manera”. La sola reacción sacó una sonrisa en mí y me quitó de
contexto. Se terminaron las lágrimas en ese momento, aunque la cara larga duró
bastante más de lo que podría admitir.
En
el camino cruzamos diferentes personas que nos felicitaron por haber llegado
hasta ahí y uno se atrevió a decir que le encantaría tener el mismo sentimiento
por este hermoso deporte como nosotros. Ahí me di cuenta lo que realmente hace
el fútbol: Nos une en un sentimiento al que nadie puede acceder sólo
observándolo y la única manera que tenemos de disfrutarlo es vivirlo con todo
lo que somos.
Danilo Zárate Pacheco
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