Llegar a un club
fundido. Llegar a un club fundido dónde no conoces a nadie. Llegar a un club
fundido dónde no conocés a nadie y sabés que te trajeron porque “total es lo
mismo traé a cualquiera que el acta de defunción está firmada". Llegar a un
club fundido y darte cuenta que ni el técnico que te trajo sabe tu nombre. Y
romperla. Y que el técnico nunca se aprenda tu apellido, porque para el sos y
serás El Gordo.
El “Pequi” de Bruno nunca
se imaginó jugando en otro lado que no fuera en Central. No le interesaba mirar
El Gráfico para imaginarse con la camiseta de un gigante de europeo; para él
había un solo gigante: el de Arroyito. Pero el club no tenía un mango, se había
peleado con Vitamina el mimado de la casa y encima le habían traído a Messera
en su posición. Y el llamado llegó justo: “¿Pequi te querés ir a Méjico?” dijo
la voz del otro lado del tubo. “¿A méjico? ¿Cuánto hay?”. Una cifra bastó para
que el Pequi dijera “y dale”. 400 pesos cobrados en bonos de una automobiliaria
contra 15.000 dolares en mano. Y a jugar al Jaguares de la Chiapas zapatista.
Bueno, a jugar es una forma de decir: El Pequi jugó un solo partido en seis
meses.
-
¿Estás para jugar Del Bono? – Eso fue lo
primero que le dijo El Pato Pastoriza, técnico de Talleres. El equipo fundido
por todos lados, al borde del descenso que terminaría saliendo tercero y siendo
la revelación del torneo. Todo con el Pequi a la cabeza.
-
Me llamo De Bruno, señor.
-
Cómo mierda te llames, vení que te estoy
llamando ¿Estás para jugar o no?
-
Sí, señor. Hice la pretemporada allá en
Méjico.
-
Bueno, seguro entrás en el segundo
tiempo.
El Pequi volvió al país
un jueves. Firmó contrato un viernes y se metió a concentrar con sus nuevos
compañeros. El domingo Talleres debutaba con Arsenal en cancha de Racing. Entró
en el segundo tiempo e hizo el único gol de Talleres. El encargado de patear
penales era Carrizo. Y eso le estaba diciendo El Pato Pastoriza a De Bruno
mientras agarraba la pelota para patear él “¡Los penales los patea Carrizo!”.
Al Pequi no le importó nada, agarró la pelota y a cobrar. Gol de Talleres. Más
tarde en el vestuario Pastoriza le diría “que huevos tenes gordo, eh”.
El Pequi y el Pato. El
Gordo y el Pato. Los dos rosarinos. Los dos canallas. Ese domingo después del
partido en cancha de Racing el plantel de Talleres se vuelve a Córdoba directo,
mientras que Pastoriza y De Bruno pasan la noche en Rosario. A la mañana
siguiente viajarían a Córdoba para llegar a mediodía. “Mañana le dejo el auto a
mi mujer, así que pasame a buscar a las siete. Anotá la dirección. Hasta mañana
Gordo”.
El Pequi estuvo un año
afuera. Un año sin ver a los amigos, a la familia; solo en Méjico y encima, sin
jugar. Para colmo llegó el jueves a Buenos Aires, firmó contrato y se metió en
la concentración. Así que ese domingo, apenas se separaron con el Pato llamó a
todos los pibes. Cuándo se dio cuenta tenía un pedo cósmico, veinte llamadas
perdidas de la mujer y eran las cinco de la mañana. “Voy a casa. Me pego una
ducha, duermo una siesta, me tomo un café y lo voy a buscar al Pato”. El tema
fue llegar a la casa. Estacionando la camioneta reconoció un par de camisas
suyas en el jardín del vecino. “Qué raro” pensó el Pequi. Antes de manotear el
picaporte ya la tenía a la mujer con la puerta abierta diciendo “ni se te
ocurra golpear que está la nena durmiendo. Te las tomás de acá”. Y el Pequi se
las tomó. Y se las tomó de la casa y después se las tomó a las birras en el bar
de la terminal mientras hacía tiempo para ir a buscar al Pato. Pero el pedo del
Pequi no fue el único problema: el papel con la dirección del técnico estaba en
su casa y ahí no podía volver. Trató de recordar, sabía la calle pero no la
altura. “No puede ser muy difícil” se dijo el Pequi, “esa calle dura diez
cuadras nomás”. De las siete a las nueve de la mañana estuvo tocando bocina
esquina por esquina el Pequi y del Pato ni noticias. Eran casi las diez cuando
vio una figura vestida con sobretodo haciéndole dos señas con la mano derecha;
la primera: estaciona acá; la segunda: te voy a matar.
“¡Encima estás en
pedo!” fue lo primero que le dijo el Pato. “Puta madre, que buena presentación”
pensó el Pequi. Los primeros kilómetros de ruta iban charlando. Seiscientos
kilómetros los separaban de Córdoba. A la hora más o menos el Pato se acomodó
en el asiento y se quedó dormido. El sol de frente, el silencio y la palma que
le empezaba a bajar a De Bruno fueron una combinación terrible: El Pequi empezó
a cabecear, se quedó dormido y se fueron a la banquina, doscientos metros afuera
de la ruta. “¡¿Qué hacés la puta que te parió?!” “¡Nos vas a matar a los dos!”.
El Pequi pidió disculpas y se pegó un par de cachetadas. A la media hora de
nuevo: la banquina, la camioneta afuera de la ruta. “Dejá pibe, manejo yo” le
dijo Pastoriza mientras lo re cagaba a puteadas. “La que faltaba, el ténico
llevando al jugador” se dijo el Pequi. Y
si te la vas a mandar, mandatelá a fondo. El pato se acomodó al volante. “¿Vos
sabés que cuando lleguemos te voy a hacer echar, no?” le repetía el técnico. “Si,
te voy a echar a la mierda”. Y el Pato se prendió un pucho. Y el Pequi quedó
hipnotizado. Le miraba el pucho como si fuera agua en el desierto. El Pato lo
miró una vez, lo miró dos. “No me digas que encima fumás”. “¿No le jode darme
uno?” fue la respuesta del Pequi, total, perdido por perdido por lo menos se
fumaba un pucho. “¡Te voy a echar a la mierda!” gritaba El Pato mientras
prendía un cigarrillo y se lo pasaba a su última incorporación. “¡Voy a llamar
al hijo de puta que te recomendó y lo voy a cagar a puteadas!” le repetía
Pastoriza. “Haceme acordar que cuando llegue a Córdoba te haga echar a la
mierda”.
Pero el Pato no lo echó.
No lo echó y lo bancó como nadie lo volvería a bancar. “¡Corré Gordo puto”, le
gritaba desde el banco todos los fines de semana. Y el Pequi corría, la metía,
volaba. Esa fue la mejor temporada del Pequi. El tipo tuvo su mejor temporada
en un equipo fundido y descendido. No hay mejor definición para carrera de De
Bruno que esa.
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¿Vos sos De Bruno?
-
Si señora
-
El pato te quería mucho a vos.
Disculpame, yo soy la esposa y te lo quería decir.
-
Gracias señora, yo lo quería mucho a él.
Juan Stanisci
hermoso !
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