El fútbol nos propone situaciones
extrañas, nos enfrenta habitualmente a sentimientos inesperados. Un
amigo muy cercano a este blog se anima a catalogar a quien escribe
estas líneas como “un hincha del fútbol”, es decir, un hincha
del fútbol así sin más, sin banderías o camisetas. Roberto
Perfumo proponía, por su parte, la existencia de “hinchas de la
jugada”, de gente que se emociona ante el caño, o la gambeta, ante
el despeje certero y oportuno, sin importar lo colores de ocasión.
Como toda afirmación temeraria, muchos hechos o situaciones parecen
confirmarla, otros tantos derrumbarla por el piso. Pero esta vez,
como en la cancha, como tiene que ser, escribo para defender a un
amigo del equipo de los temerarios.
Circunstancias de lo más variadas nos
pueden llevar a sufrir por el destino de un equipo: el respeto por el
DT, el cariño expresado por uno o más jugadores del plantel, y, de
forma más lejana pero no por eso despreciable, un racha desfavorable
sumada a la disparidad de las fuerzas desplegadas sobre el campo de
juego. Tal el caso, de la selección Uruguaya que jugó el Mundial de
Sudáfrica en 2010.
Repasemos entonces los antecedentes que
volcaron el corazón de éste humilde hincha futbolero en favor de
los colores celestes: un técnico como el Maestro Tabárez, firme de
convicciones, generoso en el trabajo; jugadores comprometidos con el juego, con talento innegable, pero también con
la entrega necesaria para enfrentar condiciones adversas. Y la
principal adversidad eran 40 años acumulados, 40 años sin ganarle a
equipos europeos en participaciones mundiales. Una cifra mentirosa,
porque los mundiales se organizan cada 4 años, y porque no todos los
días se definen partidos; teniendo en cuenta, además que Uruguay no
fue de la partida en varias ediciones de la competencia durante esos
años.
No hubo mundial para los Orientales en Argentina ’78, ni en España ’82, USA ’94, Francia ’98 y Alemania 06. Mientras que para clasificar a la edición sudafricana tuvo que pasar el repechaje con Costa Rica (sin poder acceder directamente por eliminatorias). La última victoria contra equipos europeos había sido por 1 a 0 contra la desaparecida Unión Soviética en México ’70. La situación era casi inevitable: si Uruguay quería colgarse alguna medalla debía dejar atrás la racha. Todos sabemos lo que pasó.
No hubo mundial para los Orientales en Argentina ’78, ni en España ’82, USA ’94, Francia ’98 y Alemania 06. Mientras que para clasificar a la edición sudafricana tuvo que pasar el repechaje con Costa Rica (sin poder acceder directamente por eliminatorias). La última victoria contra equipos europeos había sido por 1 a 0 contra la desaparecida Unión Soviética en México ’70. La situación era casi inevitable: si Uruguay quería colgarse alguna medalla debía dejar atrás la racha. Todos sabemos lo que pasó.
Habitualmente se acepta que en las justas
deportivas los neutrales simpaticen de forma casi natural con el más
débil, con el que paga más en las apuestas. De ahí que la economía
y el corazón se agarren a las patadas, siempre. Y Uruguay pagaba,
bastante pagaba. Porque en la fase de grupos no pudo con Francia (0 a
0, tampoco pudo convertir), aunque le bastaron las victorias ante el
local y ante México para conseguir el paso a la siguiente ronda,
evitando el cruce contra Argentina en octavos. Venía Corea del Sur,
con la oportunidad de esquivar, además, a los europeos.
Pero había algunos detalles a favor
también: una delantera inspirada, con Forlán que estaba formidable
en la pegada, y que parecía ser el único jugador del torneo que le
había tomado el tiempo a la pelota: que se llamaba Jabulani en
remedo tal vez de algún juguete para el pasatiempo playero. Una
defensa consistente y un medio aguerrido, como conviene siempre al
paladar charrúa. Y con Ghana o EEUU esperando por el cruce de
cuartos, las chances para segur avanzado estaban intactas, en tanto
no aparecieran los equipos del viejo continente en el horizonte.
El cruce ante Ghana merece un capítulo
aparte, porque fue entonces que nació la promesa de una hazaña. Una
selección africana que parecía accesible de repente te complica y
amenaza con dejarte en el camino. Había que sacar la personalidad y
la vocación para tomar riesgos. Personalidad de Forlán para empatar
un partido que estaba un gol abajo desde el final del primer tiempo,
y riesgo tomado por Suárez para meter la mano en la línea evitando
un claro gol ganador, aceptando la expulsión inevitable y el penal.
La suerte quiso que el remate justiciero se fuera alto y el empate
tuviera que definirse desde los 12 pasos después de los dos
suplementarios.
Era claro que no podía tentarse más a la
suerte, había que definir con precisión las cosas; así que el Loco
Abreu picó aquel penal inolvidable invitando a sus compañeros a la
gloria. La semifinal estaba asegurada, pero había que enfrentar a
Holanda y a los 40 años de historia. Demás está decir de qué lado
estaba mi corazón futbolero en aquella ocasión, aunque una
intuición recurrente se había instalado: Uruguay no podía llegar a
esa final. Sin lo goles de Suárez, que estaba suspendido, con la
racha a sus espaldas, con el alto rendimiento físico de los
holandeses, la cosa se hacía muy difícil. Pero un equipo que invita
a la hazaña siempre es una tentación para los que abrazamos esto de
hinchar por el fútbol.
Entiéndase bien, durante 90 minutos la
selección uruguaya fue para mí “el futbol”. La expresión de
ese juego que convoca como ningún otro a las emociones, aunque la
victoria no quede nunca de nuestro lado, aunque la historia nos dé
una vez más la espalda. Otra vez apareció Forlán para el empate,
pero esta vez no alcanzó, porque dos goles más de ellos los
pusieron arriba y el gol de Maxi Pereira sobre el final solo sirvió
para ir a buscarla rápido a la red y desplegar unos segundos más de
esperanza. Para jugar el partido por el tercer puesto había que
recurrir a ese raro privilegio que se nos da en el fútbol, tanto
como se nos quita en la vida: insistir contra lo que no puede ser.
Ese fue el ánimo con el que me senté a
ver los 90 minutos de ese último partido uruguayo en Sudáfrica
2010. El tema no era ganar, sino jugarlo, vivirlo, sacarse las ganas,
demostrar que se podía estar incluso a la altura de la derrota. Lo
vi solo, y fue solo que grité unos de los goles que más grité en
mi vida: el gol de Forlán que ponía a la Celeste 2 a 1 arriba, a
los 6 minutos del segundo tiempo. Pero antes estuvo el gol de Cavani,
que puso el empate después de un quite fantástico del Ruso Peréz
contra Schewnsteiger en el medio de la cancha. Tengo la imagen del
volante europeo intentando dominar el balón con la estampa de un
sudamericano, y el Ruso tirándose a los pies, sacando la pelota
limpita y sin foul para iniciar el contraataque rápido. Ese también
lo grité, pero no tanto.
Del segundo gol, tengo la imagen de Arévalo
Ríos desbordando por la derecha como wing y metiendo el centro para
el remate de potrero oriental. En ese momento era victoria y medalla
de tercer puesto para la Celeste, pero no podía ser. La presión
táctica de los alemanes, sumada a dos errores del arquero Muslera
iban a dejar la fatal estadística mundialista como estaba. Digo que
ese grito de gol me define como hincha del fútbol y defiende a mi
amigo. Digo que uno se puede entusiasmar hasta el delirio con
cualquier camiseta, más allá de las rivalidades y de las
tradiciones. Las razones más o menos ocultas son variadas y mucho
más que deportivas en algunos casos. Siempre hay una revancha contra
lo imposible en los 90 de juego, tanto así que Forlán tuvo todavía
una más para Uruguay en ese partido.
Al filo del final se dio la chance: un tiro
libre saliendo del área rival, ideal para la derecha que mejor había
manejado la pelota durante todo el torneo. Era la posibilidad de
mandar las cosas al alargue, de detener, a lo mejor un rato más, lo
inevitable. La visión de la oportunidad fue inmejorable, la
intención valiente y memorable, el envío más que preciso. Pero ya
no quedaba nada, ni de tiempo, ni de suerte. Todo caño y afuera. El
equipo del Maestro perdió una medalla de tercer puesto en un mundial
de fútbol, yo me perdí de presenciar el gol que más hubiese
gritado en mi vida.
Alejandro Horacio Oviedo
linda lectura. me diebto identidicado y la memoria de todos cuando el loco pateo el penal. sabiamos lo q iba a hacer pero cerramos los ojos. lo hizo. la pico. eso es felicidad futbolera
ResponderEliminarlinda lectura. me diebto identidicado y la memoria de todos cuando el loco pateo el penal. sabiamos lo q iba a hacer pero cerramos los ojos. lo hizo. la pico. eso es felicidad futbolera
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