Dicen que fue
un 19 de diciembre de 1995, justo 24 años después de la Palomita inolvidable
que partió la ciudad al medio. Dos hombres pasan la noche en una cancha, en el
campo de juego. Se acompañan con una linterna y una radio; la linterna los
salva de la oscuridad (el canchero ya apagó todo y seguro está festejando), la
radio les trae la noticia del nuevo día: el Rosario Central es campeón. Afuera
la ciudad salta de alegría y se embandera en dos colores, los de Arroyito, no
los del Parque, que ya tuvieron lo suyo
por demasiado tiempo. Eduardo y Pablo se recuestan en el césped húmedo y fresco como si fuera la misma
noche. Podrían estar celebrando pero están cumpliendo una promesa.
No parece la
promesa más valiente del mundo, y hasta puede sonar ridícula, pero no puede decirse que no tenga un poco de locura
y otro tanto de poesía. Al loco Eduardo le dicen “El Chacho”, al poeta Pablo,
“Vitamina”. Así les dicen en la cancha sus compañeros, cuando les piden la
pelota, y también cuando los putean; porque para jugar al futbol y ganar cosas
también hay que tener un buen apodo. Si es por eso, sus amigos, el resto del
equipo, no les van en saga: “El Cuis”, “Pastilla”, “Petaco”, “El Polillita”,
“El Tito” que va al arco, y “El Negro”, que no es aquel Uruguayo del 50 pero
que también es el jefe. ¿El técnico?
“Don Ángel”, que también tiene su nombre de guerra, conforme a su condición de
héroe.
Y ya está, ya
ganaron, ahora todo el partido cabe en una anécdota; es un puñado de recuerdos,
más lejos o más cerca del área 18, que se llenó de júbilo las 4 veces que vieron cómo los brazucas la iban a buscar
adentro. En las redacciones ya deben estar ensayando lo titulares del día
siguiente: HISTÓRICO, HAZAÑA, INCREÍBLE, UN EQUIPO CON ÁNGEL. Que la cuenten como quieran, Vita y El Chacho
saben que la victoria no cabe en las fotos de la primera plana (ni siquiera en
las de Buenos Aires), ni en las vitrinas del club. La única victoria está en
los pechos todavía conmovidos, y se
disfruta en las piernas agotadas.
Así que se
ponen a conversar, para pasar la noche, a ver si se la terminan de creer. Y se
acuerdan que el Chacho fue el único que estaba convencido ya en el viaje de
vuelta desde Brasil. “Lo damos vuelta, muchachos”, les decía. ¿Y los hinchas?
La bandada de gente que llenó el estadio esa noche, ¿qué carajo pensaban?, ¿que
lo daban vuelta? “En el fondo ni vos te lo crecías, Chacho”, “¿Y vos cagón que
cuando vinieron los penales Don Ángel se dio cuenta del miedito que tenías y te
sacó de la lista?” Y ahora se cagan los dos, pero de risa, porque jugaron al
fútbol y lo empataron, porque les pesan las piernas, que todavía se imaginan la
pelota.
Y todos los
apodos se les cruzan por la mente y por la lengua en algún momento. El Negro,
que puso la voz de mando como siempre, El Petaco que metió el cuarto sobre el
final y se colgó del alambrado hasta acalambrarse. Dos hizo el Petaco, que
también se ocupó de apurarlo feo (junto con Pastilla) al puntero de ellos, que
allá los había vuelto locos. Pero también hubo rosca, después del segundo gol,
y ahí lo rajaron al Colorado, que por suerte también se llevó al mejor de
ellos. Y al toque vino el tercero del Chapulín, porque ellos movieron del medio
y la perdieron al toque. (“Estaban cagados, Vita”) Y todavía les faltaba El
Cuis, que vino del banco y metió la zancadilla quirúrgica para que el negro ese
no llegara a la marca antes del último gol.
Gol fue lo que
gritaron los de las camisetas rayadas, en las tribunas y en la platea, pero
todavía faltaba. Por si fuera poco encima había que patear penales. Y ahí fue
el quilombo de armar la lista, de medir la fuerza de los calambres, y de ver
mirar para abajo a los más inseguros. Fue cuando el Chiri, uno de lo más
pendejos, se animó y dijo que él pateaba.
Los otros no fallaban seguro: “el Negro es pura experiencia” dijeron en
la platea y lo metió; “El Petaco lo mata como siempre” se entusiasmaron en la
tribuna, y le rompió el arco; todos dudaron cuando Marito, el flaco grandote
que iba arriba solo para cabecear, la agarro para pegarle, pero sus compañeros
sabían que era un especialista en el tema. Y cuando el Chiri fue para el arco
ellos ya había errado dos, así que lo podía definir, justo el pibe. Pero el
Cuis se mandó la cagada.
“Asegurala
pibe, no la cancheriés”. Y le armó un lio en el marote, porque de la idea de
picarla, pasó al impulso de darle fuerte al medio y la regaló sin problemas
para el arquero. Ahí el Cuis aprendió que a veces al cancherito hay que dejarlo
que la juegue de cancherito. Y el Vita que se había sacado los botines para que
no se los afanaran en el festejo se hizo un pique hasta el banco a buscarlos,
porque capaz que le tocaba definir. Quedaba el Polilla (siempre hay un
“¡Uruguayo, Uruguayo!”), sino a seguir definiendo con los más burros. Y fue el
Yorugua nomás, y los botines del Vita fueron parar a la mierda, o mejor dicho, a la casa de algún Canalla de ley.
“¿Cómo hicimos
Chacho”? ¿Será porque somos todos hinchas de esta camiseta además de jugadores?
Si hasta vos que venís de otro lado…” Pero el loco Chacho pensaba, o tal vez se
dormía. Invocaba al sueño, como forma privilegiada de la memoria: se vio
viajando como la mierda para poder jugar esa copa que también tenía un nombre
horrible, pagándose la comida y durmiendo en los aeropuertos, con tres sueldos
adentro y sin premios. El único premio iba a ser la apuesta que tenía que
pagarle un dirigente del club, en el caso que ganaran como él estaba
convencido. Si se la pagaban, porque de esos bichos sin palabra, ya estaban
hartos.
“A mí me
quedaba esperanza por lo muchos que habíamos sufrido”, les había dicho Don
Ángel con su voz aguardentosa. Y aplacando el sufrimiento (aunque sea por un
rato) se iba la noche, cuando Vitamina se acordó en voz alta que todavía le
faltaba cumplir con su promesa personal: ir caminado a la Catedral primero, y
después hasta La Parroquia del PIlar. “A la vuelta me tomo un taxi, basta de
joda”, dijo mientras apagaba la linterna y semblanteaba a su amigo que estaba
ausente hacía rato. El loco, por su parte, miró el cielo y entrevió las últimas
estrellas sacudido por una carcajada: “Lo único que te falta, boludo, es que el
taxista sea de Newell’s y te rompa el culo con la cuenta”.
Alejandro Horacio Oviedo
El equipo de Rosario Central ganó cuatro veces el campeonato de la Liga A. En 2012, el club fue considerado por la FIFA como uno de los 11 clubes más clásicos del fútbol argentino.
ResponderEliminarEspero tener una camisetas de fútbol Rosario Central.