Hay tantos tipos de caño como jugadas
puedan darse en un partido de fútbol; como variantes pueda crear la imaginación
con una pelota en los pies; como opciones pueda dar un defensor al abrir las
piernas en el momento equivocado. En un segundo un apellido desconocido o un
partido sin valor, pueden quedar en la memoria y no borrarse más. O lo
contrario, que un partido importante se quede atrás del caño. Tomemos como
ejemplo un Boca – River, en cancha de Boca por la vuelta de la Copa
Libertadores. Boca ganó 3 a 0 ese partido, pero lo que en verdad queda en el
recuerdo es un caño. Y dos nombres. Y esto no pasa seguido. De Riquelme se
pueden recordar muchos caños (de taco, de espaldas al defensor, sin tocar la
pelota); pero para Yepes hay uno solo.
Según Riquelme, el actor más importante de la jugada no fue él sino el defensor, porque Yepes tuvo la dignidad de no golpearlo sacándolo de la cancha, luego de ser ridiculizado frente a cincuenta mil personas. Pero ¿fue en verdad una cuestión de honor gratuita la de Yepes? ¿Se comió la humillación bajando la cabeza y siguiendo a Riquelme hasta la última instancia sin golpearlo, solo por una cuestión de respeto hacia la poesía del fútbol? No.
Bien, dije que este caño no es normal. Es uno de los más bellos que se puedan recordar, también uno de los más prácticos; éste es el motivo de su anormalidad. Combina belleza con practicidad. Ética con humillación. No hay muchas acciones que conjuguen a dos personas, en las que pueda haber ética y humillación en la misma proporción. No hay goce. No hay soberbia. Sí, hay alguien que queda en ridículo, pero por la jugada en si misma, no por búsqueda de Riquelme. Y acá si podemos volver a la responsabilidad de Yepes. Él parece ser el dueño del caño. Si el caño fuera una empresa, Yepes tendría el 51% de las acciones. Con otro atacante, la jugada hubiera terminado en un despeje o en un lateral. Por eso el defensor limita las opciones del que ataca, a una sola. Pero Riquelme, en teoría dueño del 49%, es un jugador de una sola opción y esa opción siempre es la que mejor le queda. Cada vez que Riquelme agarra una pelota limita él mismo la jugada a una sola resolución: la correcta.
Entonces ¿Quién lleva a quién hacia a esa línea de cal? ¿Es Yepes quien encierra a Riquelme para bloquear el ataque o Riquelme quien lleva la jugada hacia una sola resolución?
Pero la jugada no termina ahí. La pelota pasa entre las piernas del defensor, Riquelme la agarra y le sale otro jugador de River. Yepes espera. Riquelme engancha hacia el medio. Choca con un tercer rival. Vuelve hacia la línea de cal. Yepes lo cruza y Riquelme lo gambetea. Queda de frente al arco una vez más. La tira larga, mientras Yepes corre mano a mano, lo barre sin tocarlo y la pelota se pierde por el lateral. Acá si termina la jugada, la cancha explota y cae la ovación como una lluvia de meteoritos. Si estuviéramos en un teatro, Riquelme tomaría la mano de Yepes, la levantaría y dejando los dos caer el cuerpo hacia adelante, se perderían en los aplausos mientras el telón cae, y las luces se encienden.
El de Riquelme a Yepes no es un caño
normal. El atacante de espaldas al defensor, apretado en la mitad de la cancha,
contra la línea lateral y sin pase posible. Tiene la pelota bajo la suela del
botín derecho, la lleva hacia el medio y de esta manera el defensor estira su
pierna derecha para cubrirle la salida por adentro. Repito que están contra la
raya del lateral derecho (según el que ataca). Repito que el atacante no tiene
pase a ningún compañero. Y lo tienen acorralado. Pero luego de llevar la
pelota hacia el medio, la pisa para atrás haciéndola pasar entre las piernas
del defensor. La vuelve a agarrar ya de frente al arco rival, con Yepes detrás
y, ahora, de espalda a la jugada. En un mundo, el del fútbol, donde se suele
resolver sin belleza ni premeditación, Riquelme sabe hacia dónde y cómo va.
Según Riquelme, el actor más importante de la jugada no fue él sino el defensor, porque Yepes tuvo la dignidad de no golpearlo sacándolo de la cancha, luego de ser ridiculizado frente a cincuenta mil personas. Pero ¿fue en verdad una cuestión de honor gratuita la de Yepes? ¿Se comió la humillación bajando la cabeza y siguiendo a Riquelme hasta la última instancia sin golpearlo, solo por una cuestión de respeto hacia la poesía del fútbol? No.
Bien, dije que este caño no es normal. Es uno de los más bellos que se puedan recordar, también uno de los más prácticos; éste es el motivo de su anormalidad. Combina belleza con practicidad. Ética con humillación. No hay muchas acciones que conjuguen a dos personas, en las que pueda haber ética y humillación en la misma proporción. No hay goce. No hay soberbia. Sí, hay alguien que queda en ridículo, pero por la jugada en si misma, no por búsqueda de Riquelme. Y acá si podemos volver a la responsabilidad de Yepes. Él parece ser el dueño del caño. Si el caño fuera una empresa, Yepes tendría el 51% de las acciones. Con otro atacante, la jugada hubiera terminado en un despeje o en un lateral. Por eso el defensor limita las opciones del que ataca, a una sola. Pero Riquelme, en teoría dueño del 49%, es un jugador de una sola opción y esa opción siempre es la que mejor le queda. Cada vez que Riquelme agarra una pelota limita él mismo la jugada a una sola resolución: la correcta.
Entonces ¿Quién lleva a quién hacia a esa línea de cal? ¿Es Yepes quien encierra a Riquelme para bloquear el ataque o Riquelme quien lleva la jugada hacia una sola resolución?
Podemos decir entonces, que Riquelme
no es solamente un jugador que resuelva las jugadas como ellas lo piden, sino
que él las va llevando hacia donde quiere. Podemos decir, que Riquelme no solo
hace con la pelota lo que quiere. También lo hace con los defensores. Esto lo
supo Yepes. Tarde. Él se creyó dueño de la jugada. Pero solo estaba siguiendo
los pasos que Riquelme le marcaba. Cómo si bailaran un tango. Cómo si
Yepes fuera un toro ciego persiguiendo un trapo rojo. Cómo si fuera un
personaje y Riquelme su autor. Quizá, los grandes jugadores en realidad son
eso; escritores con una pelota en los pies. Y el público, sus compañeros, la
pelota y los contrarios; palabras. Cada quiebre, cada enganche, cada gambeta y
cada amague, son puntos, comas o puntos y comas; cada pase y cada centro, son
conectores y preposiciones; cada remate y cada habilitación, son la frase
perfecta disparada al corazón. ¿Y el caño? El caño es el capricho del autor.
Sólo que la prosa de Riquelme no da lugar a oraciones estériles. Por eso lo
lleva a Yepes a que éste lo proponga; a no dejarle otra opción; a que la única
salida, sea la más bella y contundente. Y al mismo tiempo, el único camino
posible. Y Yepes lo supo. Tarde, pero lo supo.
Pero la jugada no termina ahí. La pelota pasa entre las piernas del defensor, Riquelme la agarra y le sale otro jugador de River. Yepes espera. Riquelme engancha hacia el medio. Choca con un tercer rival. Vuelve hacia la línea de cal. Yepes lo cruza y Riquelme lo gambetea. Queda de frente al arco una vez más. La tira larga, mientras Yepes corre mano a mano, lo barre sin tocarlo y la pelota se pierde por el lateral. Acá si termina la jugada, la cancha explota y cae la ovación como una lluvia de meteoritos. Si estuviéramos en un teatro, Riquelme tomaría la mano de Yepes, la levantaría y dejando los dos caer el cuerpo hacia adelante, se perderían en los aplausos mientras el telón cae, y las luces se encienden.
Juan Stanisci
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